Historia de la taza
La taza, esa gran desconocida. Sí, así podríamos comenzar este curioso artículo que viene a rendir homenaje a uno
de los envases más utilizados por millones de personas al día y que poco más sabemos de ella. Sin embargo, la taza tiene una larga historia e incluso algunas llegan a ser concebidas como
verdaderas obras de arte.
En principio, el artilugio nace con vocación de facilitar el agarre,
sobre todo para hacer que el tomar bebidas calientes nos resulte más cómodo gracias a su asa.
No está claro cuál es el momento justo en que nace este objeto tan apreciado por las distintas culturas y, si no,
que se lo pregunten a los británicos, cuyos juegos de té pueden llegar a ser auténticas joyas. Pero lo cierto es que, como en todo, el ingenio y el descubrimiento de nuevos materiales ha ido
perfeccionando las técnicas de fabricación de nuestro simpático artilugio.
Lo que sí parece claro es de dónde procede el origen de la palabra taza, muy vinculado a España y en concreto a su
etapa como Al-Andalus. Por entonces, los árabes nos legaron su
vocablo tassah, que significa ‘jofaina’ y que, a su vez, llegaba de la voz persa tašt, cuyo significado es cuenco.El andalusí hizo un pequeño ‘potaje’ de
palabras y nos quedamos con taza, que luego se fue extendiendo por toda Europa, de manera que prácticamente en todos los estados se pronuncie de forma similar.
Naturalmente, la fabricación de recipientes y cuencos para contener comida y bebida se pierde en la prehistoria,
pero lo de incorporarle el asa vino mucho después. Todo parece apuntar a que llegó con la posibilidad de emplear técnicas de elaboración que permitían mantener el café o el té muy caliente y durante más tiempo, ergo poder sujetarlo sin abrasarse los deditos era todo uno.
Dicen los muy cafeteros que una buena taza debe estar hecha de un material tal que permita que el aroma y sabor
del contenido permanezcan inalterables y que la única función de una buena taza es mantener el líquido caliente todo lo posible y, de ese modo, prolongar el placer de degustar un buen
café.